jueves, 4 de agosto de 2011

Novia por un día


Otra vez sonaba el despertador. No, hoy tampoco tenía ganas de despertarse. De pronto, sí que hizo caso a la melodía que acababa de sonar, pues no era la alarma dolorosa que durante todo el año y cada mañana decía: “hoy hay clase”. Se levantó rápido al recordar que aquel día iba a ser especial, se le inundó la cara de alegría y corrió hacia el lavabo para poder darse una ducha y arreglarse cuanto antes.


La casa en la que estaba no era la suya, estaba pasando sus mejores vacaciones en el lugar que a ella tanto le gustaba, en casa de unos familiares. Creyó que estaba sola y que todos se habían ido a trabajar, pero todavía quedaba algún tardío desayunando. Cuando pasó por la cocina con el pelo mojado, a medio vestir y medio en pijama y canturreando, su tío, que estaba a punto de salir de casa, le dijo que adónde iba y porqué estaba tan contenta, pero la chica, un poco cortada por la sorpresa, sólo sonrió.


La puerta se cerró y al fin estaba sola. Se le vino a la mente aquella mañana de abril, cuando estaba en aquella misma casa y recibió la llamada de una persona muy especial para ella, su amiga Melanie, para decirle que aquel día iban a verse, y lo que era todavía mejor, que iban a ir a ver al que ese día iba a ser el protagonista de un gran día. Protagonista de un sueño muy real.


Se acabó de vestir, se secó el pelo y se miró por última vez en el espejo. Aquella mañana la había imaginado muchas veces, pero no como un simple día, sino como una vida en la que aquella fuera una incansable rutina. Cogió su mochila de Nike y se echó a la calle. Las nueve y cuarto. En quince minutos comenzaría la aventura, y ella, más segura de sí misma que nunca, fue a la parada de metro en la que lo esperaría y en la que empezaría un recuerdo único.


Nueve y media. Tenía que estar al caer, pero ella miraba hacia la carretera y estaba sumida en sus pensamientos. Observaba a la gente que estaba a su alrededor, la gran rotonda que estaba frente a ella y los coches que la rodeaban. Aquel lugar iba a ser testigo de su día favorito, doce de julio del 2011.


Las diez. Ella lo iba llamando para ver por dónde iba. Ahora sí. Había perdido cuatro trenes, pero no tardaría en llegar. Ella estaba tan metida en su propio mundo pensando en cómo transcurriría el paseo, que olvidó que llevaba más de media hora sentada en el lugar donde aparcan las bicicletas.


De pronto, alguien subió las escaleras del metro de tres en tres, y de una zancada allí estaba frente a ella, la saludó con un beso intenso y se disculpó por la tardanza. Era él. Llevaba una tela doblada en la mano, que, al verle el color, ella sabía lo que era. ¡La camiseta de la Roma! Se había acordado. ¿Cómo le iba a tener en cuenta haberse  retrasado un poco con… lo ideal que era? Era prácticamente imposible, y ella solo podía sonreír. Aquella camiseta no iba a ser un simple regalo, pues tenía demasiados significados. Para ella, aquella samarreta era un regalo de él, era el equipo actual de su ídolo, que a su vez, había sido la persona que había hecho que la vida de una simple adolescente se cruzara con la de un atractivo chico moreno de orígenes italianos. Y para más inri, el equipo era también italiano.


Ya estaban juntos. Y como si fuera el pan de cada día, caminaron de la mano por la rambla, en dirección al autobús que les llevaría frente a un gran estadio azul, que para él significaba mucho; muchísimo, y ella lo sabía, y disfrutaba viéndolo allí, en su salsa, aunque ella no compartiera los mismos colores.


 Charlaban uno al lado del otro, interrumpían la marcha para mirarse el uno al otro y decir y no decirse nada, porque al mirarse veían la satisfacción en los ojos del otro. Ella estaba completamente feliz, como si de un sueño se tratara y creía que ser novia por un día, aunque desgraciadamente solo pudiera ser por uno, iba a ser una gran experiencia para ella, y le iba a servir para saber con certeza que ella quería vivir allá, y poder disfrutar de aquellos paseos siempre, y que por supuesto, quería estar con él, y sólo con ÉL.


Caminaron hasta la parada de autobús que estaba enfrente de la que durante unas semanas estaba siendo su casa, y era algo raro, pues estando en Barcelona iba guiando ella, y él, que vivía por aquellas tierras, era el guiado. Pero a él le gustaba tanto o más que a ella ir de la mano como si de un tour se tratara. Vieron su autobús en la parada, pero ella no quería correr tras él, y así lo perdieron. Esperaron al siguiente y mientras él la abrazaba por la cintura, la besaba y le decía lo rara que era para él aquella situación, pero a la vez, lo que le gustaba estar viviéndola. Llegó el autocar y se sentaron en la parte final. Ella estaba segura de haber cogido el correcto, el L12, el que les dejaría frente al estadio Cornellà-El Prat. Iba bajando gente (solo bajando) pero aquella pareja no se daba cuenta de que se iban quedando solos en el autobús; estaban tan emocionados que cuando se dieron cuenta, estaban parados enfrente de un gran centro comercial y el autobusero les gritaba “¡última parada!”. Bajaron rápido para no oír más a aquel tipo tan borde, y como costumbre ya, se volvieron a coger de la mano, fuerte, se contaban cosas cotidianas, se decían lo contentos que estaban… y había veces en las que detenían bruscamente su paseo para mirarse a los ojos y volverse a besar, como si esa fuera una forma para decirse: esto está ocurriendo de verdad.


Gracias a aquel “simpático” autobusero, tuvieron que caminar un poco más de lo que habían calculado, pero no fue un problema, pues ellos lo que querían era estar el uno junto al otro, y en pocos minutos se pusieron delante del centro comercial que estaba justo al costat del estadio. Él condujo a la chica ( ojalá pudiera decirse “su chica”) por las puertas que él solía frecuentar cuando había algún partido, y le explicó cómo se llenaba aquello de gente, cómo se vivía desde dentro el encuentro, y lo que él lo disfrutaba. Aunque no lo hubiera dicho, por la expresión del rostro y la manera de hablar podía deducirse claramente que él era feliz en aquel recinto. Ella lo era a su vez, y quería guardar para ella cada segundo de esa mañana.





Estaban los dos haciendo cola para que él pudiera renovar el carnet de socio perico, y mientras seguían charlando, en medio de la conversación se callaban y se miraban, se volvían a besar, se decían lo que se querían, y daba igual la gente que les estuviera mirando o lo que llegaran a pensar, tenían unas horas para hacer realidad una fantasía y eso era lo que estaban haciendo. La puerta de entrada era blanca y tenía una especie de espejo en la que se reflejaban todos aquellos que estaban en la fila. Ellos se miraban y se reían; verdaderamente hacían una pareja estupenda, pero que por cosas de la vida, solo era momentánea.





Acabaron la pequeña excursión y, renovado el carnet, acabaron el rodeo al estadio, y se adentraron en las calles que había alrededor, en las que según iba explicado él, aquello era una marea blanquiazul un fin de semana de partido. La gente abarrotaba los bares, salía con sus camisetas, sus bufandas y sus banderas, cenaban en cualquier bar y salían dispuestos a gritar, cantar y animar de la mejor forma posible a su equipo. Era fabuloso oírlo cómo lo contaba. Parecía que en aquel momento también estuviera allí toda aquella gente.





También visitaron la tienda oficial del RCD ESPANYOL, y seguidamente, fueron al centro comercial de al lado, a tomar algo. Mientras él se sentaba en la terraza, ella fue a la barra a pedir un granizado de limón y una Coca-cola. Se sentaron y ella sacó de su mochila la libreta que siempre le acompañaba y la que había sido sujeto de muchas conversaciones… por fin iba a leer personalmente todo lo que ella iba apuntando a lo largo del año. Él dejó de leer, y le miraba a la chica a los ojos como nadie más sabía hacerlo. La miraba de aquella forma, y sin decirle nada la volvía a besar. Sí, es que aquella mañana iba a ser fruto de muchas miradas  atrás durante un largo invierno.





Decidieron marchar y caminaron por otra rambla, esta vez de Cornellà, para coger el metro e ir hasta Barcelona, al menos el rato que tenía ella, pues después tenía que ir al médico. Llegaron a un lugar que no era uno cualquiera. Montjuic. También había sido estadio del espanyol, pero en aquel momento no importaba lo que hubiera sido. Iban subiendo escaleras, pasando por fuentes para llegar a la cima de todo, donde se encuentra el edificio Lluís Companys. Ellos solo iban por las escaleras mecánicas, y mientras duraba el trayecto y uno en cada escalón, aprovechaban para darse besos como si no hubiera un mañana, y reían; pero en el fondo sabían que la mañana iba llegando a su fin y se acercaba la hora de comer.


Llegaron a lo más alto, y se sentaron en un pequeño muro dejando a sus espaldas el alto edificio. Allí hablaron y se dijeron las cosas más importantes: que no se olvidaran, que pasara lo que pasara él siempre la iba a querer y viceversa. Ella sacó su camiseta de la Roma, y él, comenzó a firmársela. Aquella firma iba a ser algo importante. Él apoyado en las piernas de ella y ella acariciándole el pelo… aquella tranquilidad no volvería a repetirse… Su historia era imposible, pero lo que sentían era una cosa aparte, que no entendía de distancia, edad o situación sentimental. Aquello era lo que era, y se podía ver y sentir en cada poro de la piel.


  


Cuando bajaban ya de camino de nuevo al metro y a casa, volvieron a bajar por las escaleras mecánicas besándose todavía con más pasión. Pero una de aquellas veces, escogieron las escaleras normales, y ella quedó mirando hacia la ciudad de Barcelona en su plenitud. Él se puso delante de ella y le dijo: “ahora, cierra los ojos y vuélvelos a abrir; y verás toda Barcelona. Ella lo hizo. Cuando cerró los ojos, él la besó, los volvió a abrir y allí mismo veía al chico que ella tanto quería y la ciudad de sus sueños, a la que volvería para cumplir un sueño y compartir su vida con aquel moreno que le había robado el corazón.


Esta no es una historia con dos personajes anónimos. Esta es mi historia. Aquella que llevaba construyendo a medias durante un año, pero que en tres semanas he logrado hacer realidad, aunque sea por un día. El chico es él, ese que incluso a través de una pantalla y día día consiguió volverme loca, enamorarme de su forma de ser, de él mismo. Cada día que me acuesto vuelvo a recrear todas las fantasías que tenía y seguiré teniendo a lo largo del año. Gane o pierda números quiero que estés a mi lado, como al prinicipio, cuando el uno era el apoyo del otro y nos lo contábamos todo.
Yo sé que volveré. Quiero darte las gracias por cada momento que he pasado contigo, por todo lo que tú sabes, y por ser como eres. También sé que por muchas dificultades y obstáculos que haya, intentaré tirar ese muro del que tú me hablas, porque como tu siempre me dices, todo esfuerzo tiene su recompensa, y yo quiero que la mía seas tú. Estic engantxada a tú. T'estimo.















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