martes, 19 de julio de 2011

Dos.

Tenia el brazo medio dormido. La mesita plegable estaba empezando a pesarme de tal manera que creía que acabaría solo con un brazo, y no podía permitirme tener lesionada ninguna parte de mi cuerpo, y menos aquella noche.

 Tenía las dos manos ocupadas intentando llevar el máximo número de cosas posibles a la arena. Debía prepararlo todo para cuando cayera el último rayo de sol, y de momento sólo tenia elegido el lugar de la velada. Había planeado una noche especial, de esas que marcan un verano, o incluso que te marcan en la vida. Y es que, ¿quién no ha soñado alguna vez con una cena en la orilla del mar, con la persona que quieres y con la luz tenue de un par de velas?

Acabé por llevar a rastras las sillas, la neverita en la que llevaba la cena, las velas que colocaría en las rocas que nos resguardaban... Quería que todo estuviera perfecto, cada detalle, que se respirara tranquilidad en el ambiente y que pudiéramos estar los dos cómodos.

De las prisas, los nervios y la tensión, empezaban a resbalar algunas gotas de sudor por mi frente, y el recogido que me había hecho para estar perfecta ya no era perfecto. Decidí refrescarme la cara y el cuello, así que me adentré en el mar. Qué tranquilidad daban las olas. Me remangué el vestido blanco que llevaba hacia arriba para no mojármelo, pero fue inútil, porque sólo conseguí tropezarme y empaparme. ¡Qué torpe soy, justo en ese momento tenía que pasarme, cuando se acercaba la hora de la cita...!  Salí de nuevo a la orilla, y mis pies notaron la frescura de la arena... cómo me gustaba la playa.

Listo. Había colocado cuidadosamente las dos sillas, una a cada lado de la mesita. La cena estaba servida, y las copas, aunque vacías, estaban una enfrente de cada plato. Sólo faltaba él. Las diez y siete. Se estaba retrasando, y con ello aumentaban mis nervios. Quería verlo aparecer y compartir esa noche con él... Parecía que me había leído el pensamiento, pues fue desear que apareciera y una sombra comenzó a caminar hacia mi rincón de la playa. Era él. Era inconfundible. Su forma de caminar, su silueta... y a medida que se iba acercando, pude ver incluso su sonrisa, pues con la poca luz de las velas y la de la luna, se distinguían unos perfectos dientes blancos.

Lo tenía frente a mí. No me dijo nada al llegar. Solo se acercó a mi, me dijo lo guapa que estaba y me dio un beso. Recuerdo la cara que ponía al ver todo lo que había montado yo sola en una hora escasa, y dijo que le parecía maravilloso. Me volvió a mirar como sólo él sabe hacer y dio las gracias por haber hecho todo aquello solo por él. Nos sentamos a la mesa para cenar. Empecé a decirle que había ideado aquello para poder pasar por fin una noche tranquilos, sin ciudad, sin gente, sin ruidos... una noche solo para dos.

No me podría haber esperado lo que iba a hacer. Se levantó de la mesa y se acercó a mi silla. ¿Qué iba a hacer? ¿A caso no quería cenar? Me agarré el vestido empapado por si tenía que salir tras él, porque por un momento pensé que iba a huir. Me dijo que le diera la mano. Se la di y me puse de pie. Volvió a dedicarme su sonrisa, me agarró de la espalda y me acercó hacia él. Me besó con más pasión que nunca. Lo notaba en la forma de tocarme, de agarrarme el pelo, de acariciarme, con cada beso tenía más ganas de tenerlo a mi lado siempre. Ya no había cena, no había velas. Sólo quería estar con él. Cuando me di cuenta, estábamos tumbados en la arena, y las olas acababan en mis piernas. Ya no había vestido mojado ni seco, porque ni siquiera tenía el vestido. Me había quedado sólo con la parte de abajo del bikini, que pronto también desparecería. Sólo estábamos dos. Tan solo él y yo, unidos los dos, sólo una boca. Por fin. Ahora sólo eramos uno, y es que lo notaba dentro de mí, y solo teníamos el mar como testigo.

Y así. La mesa tal y como yo la había colocado. Yo abrazada a él y los dos desnudos en la arena, después de haber estado toda la noche haciendo el amor. Si cuando yo decía que una noche puede marcar un verano, es porque todos los sitios con mar, en verdad, añoran estos momentos el resto del año.





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