martes, 13 de marzo de 2012

Como cada viernes

No es que me importe demasiado, mientras no me falte el café que me da el aliento para lograr despejarme por la mañana bien temprano. No me falta de nada; siempre hay sobre la mesa un par de folios en blanco, mi pluma y el gran ventanal con vistas al riachuelo y al pequeño parque.
No sé por qué, pero todo está en orden hasta que los viernes tengo que coger el autobús de la línea 4 para acercarme a la ciudad e  'inspirarme',  e ir a tomar el café de las 5 de la tarde  para no variar mi rutina comenzada años atrás...


Todo era normal ( aburrido, pero normal) porque simplemente me dedicaba a seguir mi vida pausada, aunque demasiado, pero la que yo había decidido vivir.


Uno de aquellos viernes, el autobús venía desierto. Sólo estaba el autobusero graciosillo con su odioso disco de los años 80' que jamás dejaba de sonar. La verdad es que aquel señor de bigote tricolor no venía solo ( nunca me perdonaré no haberla visto). Cuando pagué el billete y guardé los céntimos de sobra en la cartera, alcé la vista al fondo del autobús. Fue increíble. Allí estaba ella: pequeñita, con una trenza ladeada color caramelo, agazapada entre una enorme carpeta de estudiante y una sonrisa dibujada en la cara. Sabía que aquella mirada tan cristalina y viva no me resultaría indiferente.


" Y así fue cómo el león se enamoró de la oveja..." No quisiera extenderme demasiado, pues aquel acontecimiento rompió mis esquemas. No estaba preparado para encontrarme con 'alguien' que fuera capaz de hacer que yo: joven, solitario y un tanto bohemio, diera un giro a todo lo que yo conocía de 360º.


Me obsesioné, y lo hice como jamás lo había hecho. Me subí el viernes siguiente y allí volvía a estar... Aquel era el autobús que le llevaba de vuelta de la facultad. Y por esa razón lo cogía yo también, para volver a verla. La seguí: un día hasta un portal que creí que sería su casa, otro día se sentó en un banco durante tres cuartos de hora a hablar por teléfono... Y hasta que un día la vi sacar de la mochila un espejito, y disimuladamente se pintó una raya negra fina en los ojos y se dio brillo en los labios.  En aquel instante no pensé el porqué de aquellos retoques sin importancia... pero lo entendería cuando, al bajarse del autobús, ella se encaminó hacia uno de los bares que hacía esquina junto a la parada del bus, y yo fui tras ella. Era mi momento. Después de más de 7 meses, con el curso a punto de acabar, había decidido contarle mis días de pensar solamente en VIERNES, de mis noches de insomnio. Mis ganas por conocer su nombre, sus gustos, sus amigas... Pero todas mis ilusiones, y mi corazón hecho trizas, cayeron al suelo con un golpe sordo y seco. Eva, que era así como se llamaba, estrechaba los brazos por la espalda y saludaba con un suave beso en los labios a su novio.











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