jueves, 29 de septiembre de 2011

Historias normales I

Hoy he vuelto a cruzar la calle, aquella misma en la que comenzó una historia a la vez que empezaba un nuevo curso. Cómo me acuerdo de aquellas aceras, aquellos edificios. Los miro y vuelvo a ser un adolescente, un alumno de 16 años que entraba por el gran portón del instituto cada mañana con cara de sueño. No puedo evitarlo. También me ocurre cuando estoy cerca de este lugar.Todo me hace pensar en ella y en cómo la conocí.

Mis amigos y yo pasábamos horas hablando; comentando las ganas que teníamos de que empezara la temporada con nuestro equipo de fútbol, las pocas que teníamos de volver a la rutina y a las clases, rememorando las borracheras veraniegas, haciendo de recuento de líos de verano... y también estudiando a nuestras nuevas compañeras de clase. Sí, no lo podíamos  evitar (creo que a día de hoy tampoco) aunque nos lo hubiéramos propuesto. No cuando desde el primer día me tocó sentarme junto a ella. Aún recuerdo el olor de aquel pelo rizado y me recorre por la espalda un escalofrío. Era una chica preciosa.

Siempre que tengo que ir a la oficina, debo coger el metro que queda dos calles más a la derecha de mi antiguo instituto, y a veces, no puedo evitar volver y echar la vista atrás:

Clase de biología a primera hora de un martes. Siempre había odiado aquella asignatura, pero con Emma, que así se llamaba la morena que me quitaba la respiración cada vez que la tenía a mi lado, se me hacía más que agradable. Su primer comentario hacia mí,minutos antes de que sonara el timbre, no fue lo más bonito que hubiera deseado, porque sólo me dedicó un: " para ser un alumno de bachillerato, estás un poco empanado en las clases, ¿no? La cara de "empanamiento" se me puso cuando oí lo que me acababa de decir. Pero no podía dejar que esa niñata (por muy maravillosa que me pareciera) me ganara la partida, así que saqué toda mi hombría y solo pude responderle: " y tú para ser una niñata, tienes los humos muy subiditos, ¿no?  Me arrepentí de haberlo dicho nada más acabar de pronunciar la última palabra, y como era de esperar, la bofetada que me dio tampoco la olvidaré jamás.

La siguiente hora de clase era inglés, y ya que de por sí tampoco se me daba muy bien, ese día estuve solo de cuerpo presente; pues yo sentí haberme quedado para siempre en la clase de biología.

Transcurrieron dos días; y el jueves, de nuevo en el aula de ciencias, notaba a Emma con cara de enfado, como si me fuera a fulminar con la mirada si le preguntaba qué le pasaba, y como si le doliera en el alma estar sentada a mi lado. Al principio pasé de ella; ella había empezado haciéndose la graciosilla y llamándome alelado, pero mi contestación quizás había sido demasiado exagerada.

Por supuesto, a mis amigos no les dije ni una palabra de lo que había ocurrido durante la primera semana. Ellos estaban todavía cursando la ESO, y sólo Miguel y yo éramos los que estaban en bachillerato. Sólo preguntaron si había alguna buenorra en mi clase, así que me resigné y les hice un breve resumen de la anatomía de mis compañeras.

Pasé un fin de semana entero en casa de mi padre, en aquel pueblo de los Pirineos donde tanto llovía, y al no tener ni siquiera cobertura para llamar a mis amigos, solo pensaba en Emma.

El lunes llegué a clase concienciado de que hablaría con ella, aunque no tuviera clase de biología y se sentara en otro pupitre. Cuando entré en mi aula, la vi sentada en las mesas de atrás charlando y riéndose con su inseparable amiga Paula ( que todavía no comprendo cómo pueden tener esa energía a primera hora de la mañana, pero en fin, mujeres). Me acerqué a ellas y solo pude decir: " Mmmm... Hola. Emma, cuando acaben las clases espérame en el portón de fuera, entre los dos bloques de edificios, que quiero hablar contigo. No quería ver ni siquiera la cara que me iba a poner, por lo que volví a mi sitio a sentarme junto a Miguel. 
Durante todo el día no veía la hora en que sonara el timbre que diera la hora de irnos a casa a comer, y estaba más nervioso de lo normal.

Por fin llegó la hora, y cada vez que me acuerdo maldigo lo imbécil que llegaría a parecer. Estuve casi media hora esperando a que llegara; pero nunca apareció, y aquel día me fui con más rabia que nunca a mi casa.

Al día siguiente decidí hacer como que no conocía a aquella niñata, ( juré dejarle aquel mote para siempre) reírme con mis amigos y olvidar que existía. Cuando pasaba a mi lado intentaba pensar en cualquier otra cosa, aunque no me funcionara demasiado. En clase de economía, alguien me lanzó desde la última mesa de la clase una bola de papel. Disimuladamente la cogí del suelo y leí lo que en ella estaba escrito, con una letra redonda y casi como si estuviera hecha por ordenador: " Ayer la empanada fui yo. Lo siento. No empezamos con buen pie, así que espérame hoy tú en el mismo sitio, por favor. Emma."





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