viernes, 1 de junio de 2018

Lo sabía.

Lo sabía. Claro que lo sabía. ¿Cómo no iba a darse cuenta?
Él era quien movía mis hilos, quien habitaba mi cabeza. ¿Cómo se puede  ocultar ese sentimiento?
Su mirada noble y sus pasos silenciosos siempre hacían ruido en mi memoria. Pero ¿por qué? ¿Qué tenía dentro de sí para dar luz sin quererlo? 
Oírte, aprenderte, saberte. Lo quería todo contigo. Un minuto de debate, una reseña de un libro, un tráiler de película. Tenías tanto en ti que me parecían injustos los sesenta segundos de cada minuto. 
Y es que me supo a poco. Tenía una ínfima parte de ese ser especial que te guardabas dentro aquí, en mis manos, pero quería más. No quería parpadear, no podía perderme la apertura de tu caja de sorpresas. 

Con pies de acero, sigo aquí averiguando tus contraseñas. Tus enigmas. Tú, todo una incógnita. Reglas de tres, de cinco, de veintinueve. He perdido la cuenta. Pero no la esperanza, ni las ganas, ni la curiosidad que me mueve por dentro cuando te veo disfrazado de un chico normal, que nunca quiso ser más.  Pero eres. Eres tanto que has hecho de mí un cubo de Rubic desordenado. 

Siempre fuiste quien despertaba mi física y mi química. Pero ahora te has multiplicado y es mi mente quien se ha dividido. Ya no te puedo evitar, ya no me puedo esconder. ¿Cómo escapar de la atracción cuando te persigue incluso con los ojos cerrados?



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