jueves, 20 de agosto de 2015

Vale la pena sufrir, por lo que vale la pena tener...



  La amargura en el amor tiene el ardor del orujo en la garganta, una resaca constante,anterior incluso a los efectos del alcohol y un nudo en la garganta inquebrantable. Sufrirla no es plato de buen gusto, pero la vida se empeña en traernos amor y desamor a partes casi iguales.

La drogadicción y el enamoramiento parecen caminos semejantes; cuando te desintoxicas y crees que eres libre, un mínimo contacto con algo que evoque alguna época pasada puede convertirse en recaída. Y eso puede ser mucho peor que no dejarlo. Te angustia porque sientes dependencia. Te abruma porque no ves solución. Te enloquece porque causa satisfacción y dolor a la vez...

De sabios es aprender de los errores, pero qué duro se vuelve pillarle el gusto al error. Ir a buscarlo, sonreírle, besarlo con los ojos... y desear errar el resto de tu vida. ¿Y si aquel fallo que cometiste supuso el mayor punto de inflexión en ti? Si la luz no existe sin oscuridad, el amor tampoco puede sin algo contradictorio. Porque qué sería de las personas sin esa relación que le deja arañazos hasta en el alma, sin ese pedazo de corazón cosido milimétricamente porque alguien entró y salió con la misma fuerza, y dejó una huella imborrable. Cambiamos, crecemos y nos hacemos de otra pasta cuando atravesamos ese túnel de sentimientos dispares y semejantes al que conocemos como primer amor. Cuando se acaba no vemos más allá; primero es negro, el odio da el paso y le gana al amor, y finalmente, cuando se evapora la ira, vuelve el "pase lo que pase nunca te olvidaré".

Sin embargo, lo bonito de la vida y sus vueltas es que cuando regresa con nuevos amores y ventanales enteros llenos de aire fresco, te da por pensar; ¿llegaré a querer como la primera vez? ¿cometeré los mismos errores? ¿será igual que aquel? ¿lo superaré? ... Que todas esas autopreguntas desaparezcan es un proceso laborioso que sólo tu yo interno puede destruir. Seguramente la fuerza de otra alma compañera sea quien ponga la guinda a todos tus fantasmas.

Ahora quedo yo, tengo un libro con garabatos, tachones, hojas arrancadas y otras plastificadas que deseo que perduren para siempre; el libro de AQUELLA historia, en el que aún me falta un capítulo por escribir, por sobrellevar o, la palabra que más nos cuesta; superar. Tu vida con tu nueva brújula que te guíe al camino del amor, del profundo, el que te vuelva a enamorar y quien sabe... ¿a causar adicción?



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