miércoles, 10 de julio de 2013

Destino



    -" Tía buena"

Quizás aquel no era el mensaje que esperaba recibir nada más salir del agua de la piscina aquella  tarde de verano, pero sí me arrancó una sonrisa. Era él. No sé si pasó porque aún tenía las manos empapadas del baño que me acababa de dar o por el nerviosismo, o por ambas cosas a la vez, pero mi móvil acabó cayendo al suelo. Me agaché para recuperarlo, riéndome de mi misma por lo estúpida que parecía, y sin borrarse de mi cara aún aquella sonrisa. 

No supe qué contestarle. Aquellas últimas semanas habían sido un sueño para mí; todo habían sido cambios. El verano acababa de empezar, y ya había tenido un par de citas fortuitas con aquel chico que tantas veces me había dejado sin aliento. Cada verano pasaba horas y horas en aquella piscina del pueblecito de Cádiz en donde vivían mis abuelos, y nunca podía apartar la mirada del mismo sector de la piscina: donde se sentaban Alberto y sus amigos.
 Alberto destacaba por encima de los demás no porque se comportara de diferente manera, sino porque le rodeaba un aura que lo hacía especial. No sólo tenía un cuerpo de infarto ( sus amigos también podrían haber sido portada de una revista de moda) sino, que su belleza natural combinaba a la perfección con sus elegantes movimientos, como los de un gato. Al pensar esa tontería siempre sonreía, pero era cierto, se movía cual felino. Sus potentes piernas lo impulsaban a un metro del suelo cuando hacía volteretas para tirarse al agua, y desde donde yo estaba, podía apreciar sus enormes ojos verdes y su pícara sonrisa.

Mi admiración (desde la distancia, obviamente) tenía unos años de experiencia. Había crecido 'queriendo' a ese chico. Sólo había un problema, bueno, había más: él tenía 27 años, yo 18. Ahora él tenía novia, y yo seguía siendo igual que hace unos años: invisible para el 99,9% de chicos (confiaba plenamente en ese 0.1). Sólo mirando a sus amigas a mi me daban ganas de irme llorando a casa. Estaba segura de que no me llevarían mas de 5 o 6 años, pero al sol y en bikini parecían diosas: una piel firme, brillante y bronceada, unos escotes de infarto, un vientre liso y unas piernas bien tonificadas. ¿Qué clase de tortura era esa? Entre los chicos y las chicas parecían sacados del catálogo de bañadores que solía traerme mi madre de la tienda de debajo de casa.


Pero este año había sido diferente. En la noche de San Juan, después de comer la sardinas en la playa, mi prima Carol, de un año más que yo, me convenció para tomarme una copa de vino con ella en el bar (sólo había uno). Desde que se separaron mis padres había perdido hasta las ganas de salir, y más si no tenía a mis amigas conmigo. Pero finalmente, acepté. Mis pobres 'shorts' blancos acabaron, con el tinto derramado por ellos cuando vi llegar a los amigos de Alberto todos vestidos de ibicencos, pero para mi sorpresa, él no venía con Marina, su (al parecer) reciente novia, sino más guapo que nunca, radiante, y encima solo. Creo que mi prima se percató de mis mejillas sonrojadas y de lo desbocado que tenía el corazón al verlo, y por eso hizo lo que nunca me habría imaginado. Vi como Carol se alejaba contoneándose hacia donde ellos estaban, y cómo saludaba a Raúl, que estaba al lado de mi amor platónico. Ella se giró y me guiñó un ojo. Yo no sabía donde esconderme, no recordaba haber pasado tanta vergüenza nunca, así que decidí intentar adecentarme en el baño. 
Para mi sorpresa, cuando pretendía entrar en aquel cuchitril que se suponía que era el baño, una mano fuerte, y bronceada me lo impidió.

- Mi madre dice que el tinto solo se quita de la ropa con un milagro, aunque la leche puede servir.

Mi cara debió ser un cuadro, cuando al darme la vuelta vi que los ojos verdes que habían causado aquel estúpido accidente con la copa de vino, me estaban mirando fijamente con dulzura.

-Soy Alberto, ¿no vas a decirme como te llamas?




Quise contestar, pero mis labios fueron incapaces de pronunciar 'Daniela'.

No hay comentarios:

Publicar un comentario