miércoles, 10 de julio de 2013

Destino II




No sabía si darle las gracias a Carol o estrangularla con mis propias manos por haberme hecho pasar por aquello. Finalmente sólo pude darle las gracias a Alberto por el consejo y me escabullí como pude de nuevo a la playa. 
Mi cabeza tenía muchas preguntas, pero mientras me sentaba en una zona apartada del bullicio todavía constante de la fiesta de San Juan, me obligaba a mí misma a quitarme de la cabeza a aquel chico. NUNCA pasaría nada entre nosotros. Yo era una estúpida adolescente y él era un hombre que me volvía loca, sí, pero que se acercaba sinuosamente a la treintena, de cuerpo escultural y enamorado (esto lo suponía yo) de Marina. No sabía qué me pasaba, creí que el vino me habría sentado mal... el caso es que no pude reprimir las lágrimas que ya resbalaban por mi cara.

Me dio un vuelco el corazón cuando volví a verlo a lo lejos. De nuevo esos andares, ese movimiento tan masculino y sensual. ¿A quién quería engañar? Cada verano me volvía a enamorar del mismo 'ser divino e inalcanzable'. Me hizo un gesto con la cabeza indicándome un lugar aún más apartado para estar juntos, y sin saber por qué, mis piernas obedecieron. 

Fue él quien rompió el hielo y me enervó aún más cuando redujo considerablemente los metros que nos separaban. Se dio cuenta de mi sorpresa ante tal movimiento, y sonriéndome, volvió a alejarse un poco.

- Daniela, ¿estás bien?
+ Veo que sí sabes mi nombre. ¿Mi prima te ha contado algo más de mi?.- Mis palabras salieron con cierta rabia.
- No te pongas así, Dani. No te enfades con tu prima. Os conozco desde hace muchos años, desde que erais bebés prácticamente...
+ ¿Tú? No tenía ni idea... -. Intenté fingir indiferencia ante su comentario, pero mi cara debió reflejar mi asombro ante tal descubrimiento.

-Mis padres y los tuyos son buenos amigos - hizo una pausa. Bueno... será mejor que te vayas con tu prima y yo con Raúl y esa pandilla de cafres. Ya sabes cómo es la gente de este pueblo, y seguro que si nos ven aquí solos y juntos, mañana publican en el Diario de Chiclana que le he puesto los cuernos a mi novia, y que te he obligado a hacer cosas que no querías. Nos vemos en la piscina, aquí tienes mi móvil.



Me entregó con suma delicadeza un trozo de servilleta con lo que intuí era su número, me dio un beso suave demasiado cerca del cuello, y con una última mirada perturbadora, se fue alejando hacia el bar.

Y así, sin más, Alberto vino y se fue... Si ya estaba suficientemente confusa y aturdida esa estúpida excusa para pasar de mí lo que me quedaba de vida, y aún más, su número de móvil escrito en una servilleta, me dejaron atónita. ¿Acaso era tan grave que la gente lo viera conmigo? Sabía que no era una modelo de Women's Secret, pero no creí que se fuera a avergonzar tanto de mí. Esto me entristeció y alimentó mi ira, por lo que me dirigí a casa, ignorando el paradero de mi prima.


Sin pensármelo mucho, acabé apuntando su número en el móvil, y sólo se me ocurrió ponerle de nombre Gatito. Me di cuenta que volvía a estar sonriendo cuando lo vi en línea en WhatsApp, y no pude contenerme y terminé poniéndole un mensaje:

<< Si tanto pánico tienes a que nos vean juntos, quizás hablar por móvil tampoco sea lo más apropiado. Si preguntan, tú tienes la culpa. Y llámame Daniela, por favor. Gracias.>>


Me arrepentí de mandárselo nada más enviarlo. Pero jamás me habría imaginado lo que me ocurriría los siguientes días...








Destino



    -" Tía buena"

Quizás aquel no era el mensaje que esperaba recibir nada más salir del agua de la piscina aquella  tarde de verano, pero sí me arrancó una sonrisa. Era él. No sé si pasó porque aún tenía las manos empapadas del baño que me acababa de dar o por el nerviosismo, o por ambas cosas a la vez, pero mi móvil acabó cayendo al suelo. Me agaché para recuperarlo, riéndome de mi misma por lo estúpida que parecía, y sin borrarse de mi cara aún aquella sonrisa. 

No supe qué contestarle. Aquellas últimas semanas habían sido un sueño para mí; todo habían sido cambios. El verano acababa de empezar, y ya había tenido un par de citas fortuitas con aquel chico que tantas veces me había dejado sin aliento. Cada verano pasaba horas y horas en aquella piscina del pueblecito de Cádiz en donde vivían mis abuelos, y nunca podía apartar la mirada del mismo sector de la piscina: donde se sentaban Alberto y sus amigos.
 Alberto destacaba por encima de los demás no porque se comportara de diferente manera, sino porque le rodeaba un aura que lo hacía especial. No sólo tenía un cuerpo de infarto ( sus amigos también podrían haber sido portada de una revista de moda) sino, que su belleza natural combinaba a la perfección con sus elegantes movimientos, como los de un gato. Al pensar esa tontería siempre sonreía, pero era cierto, se movía cual felino. Sus potentes piernas lo impulsaban a un metro del suelo cuando hacía volteretas para tirarse al agua, y desde donde yo estaba, podía apreciar sus enormes ojos verdes y su pícara sonrisa.

Mi admiración (desde la distancia, obviamente) tenía unos años de experiencia. Había crecido 'queriendo' a ese chico. Sólo había un problema, bueno, había más: él tenía 27 años, yo 18. Ahora él tenía novia, y yo seguía siendo igual que hace unos años: invisible para el 99,9% de chicos (confiaba plenamente en ese 0.1). Sólo mirando a sus amigas a mi me daban ganas de irme llorando a casa. Estaba segura de que no me llevarían mas de 5 o 6 años, pero al sol y en bikini parecían diosas: una piel firme, brillante y bronceada, unos escotes de infarto, un vientre liso y unas piernas bien tonificadas. ¿Qué clase de tortura era esa? Entre los chicos y las chicas parecían sacados del catálogo de bañadores que solía traerme mi madre de la tienda de debajo de casa.


Pero este año había sido diferente. En la noche de San Juan, después de comer la sardinas en la playa, mi prima Carol, de un año más que yo, me convenció para tomarme una copa de vino con ella en el bar (sólo había uno). Desde que se separaron mis padres había perdido hasta las ganas de salir, y más si no tenía a mis amigas conmigo. Pero finalmente, acepté. Mis pobres 'shorts' blancos acabaron, con el tinto derramado por ellos cuando vi llegar a los amigos de Alberto todos vestidos de ibicencos, pero para mi sorpresa, él no venía con Marina, su (al parecer) reciente novia, sino más guapo que nunca, radiante, y encima solo. Creo que mi prima se percató de mis mejillas sonrojadas y de lo desbocado que tenía el corazón al verlo, y por eso hizo lo que nunca me habría imaginado. Vi como Carol se alejaba contoneándose hacia donde ellos estaban, y cómo saludaba a Raúl, que estaba al lado de mi amor platónico. Ella se giró y me guiñó un ojo. Yo no sabía donde esconderme, no recordaba haber pasado tanta vergüenza nunca, así que decidí intentar adecentarme en el baño. 
Para mi sorpresa, cuando pretendía entrar en aquel cuchitril que se suponía que era el baño, una mano fuerte, y bronceada me lo impidió.

- Mi madre dice que el tinto solo se quita de la ropa con un milagro, aunque la leche puede servir.

Mi cara debió ser un cuadro, cuando al darme la vuelta vi que los ojos verdes que habían causado aquel estúpido accidente con la copa de vino, me estaban mirando fijamente con dulzura.

-Soy Alberto, ¿no vas a decirme como te llamas?




Quise contestar, pero mis labios fueron incapaces de pronunciar 'Daniela'.